La pérdida de atención es uno de los problemas más conocidos entre la sociedad, tanto en jóvenes como mayores. Y justo por esa razón, ha irrumpido con fuerza el concepto de mindfulness. Esta práctica de origen budista cuenta y tiene más de dos mil años de antigüedad, sin embargo en Occidente no aparece hasta hace unos treinta años para tratar problemas de estrés y dolor crónico. Actualmente, las aplicaciones de mindfulness, que se traduce por concentración, se extiende a casi todos los campos, incluso en la educación y la enseñanza.
No es extraño ver que las universidades ofrezcan a sus alumnos talleres de atención plena, siendo conscientes de que en la mayoría de los casos la separación del éxito y del fracaso no está en el talento natural, sino en la capacidad de concentrarnos, que permite retener conceptos, relacionarlos, entenderlos e incorporarlos en nuestros propios pensamientos. Y es que por más capacidad intelectual que tengas, sin atención el suspenso es casi seguro. Tenemos que comprender que nuestro cerebro no es multitarea, solo podemos concentrarnos en una cosa a la vez y si no lo hacemos, si intentamos estar en varios lugares al mismo tiempo, no conseguiremos un resultado tan satisfactorio como aquellos que con igual o menor capacidad que nosotros sí que son capaces de poner todo el foco de su atención en la actividad concreta que están desarrollando.
Hay estudios científicos que demostraron que hace más de dos mil años esto ya lo sabían los budistas: que un estado de atención consciente ayuda no solo a reducir el estrés o la ansiedad, sino también a ser más creativos, a poder juzgar y valorar las situaciones con mayor claridad, a aumentar la resistencia emocional y a disfrutar más de lo que se está haciendo.
Como tantas otras capacidades del ser humano, la atención también se entrena, ya lo había dicho Daniel Goleman: «La atención es un músculo que se debe entrenar». Pues sí, es un músculo que cuando se usa se fortalece y cuando no, se atrofia, igual que otro cualquiera. Además, si nos enfrentamos a actividades que van a reclamar más concentración, como por ejemplo una época de exámenes, entrenar unos minutos nos preparará para expandir los límites de nuestra atención, minimizar los efectos de las distracciones, propias y ajenas, y disfrutar del momento. Así que ahora vamos a crear nuestro propio gimnasio de mindfulness. Para ello necesitaremos reservar entre 5 y 20 minutos al día de entrenamiento y empezar con estos tres ejercicios que se pueden repetir cuantas veces se quiera e, incluso, introducir todas aquellas variaciones que nos vengan a la cabeza. Lo importante es practicar.
La pasa. Este es uno de los ejercicios más sencillos pero reveladores. Se trata de tomar una pasa. Sí, una uva pasa. Pero no nos la comemos, no aún.
Primero se observa con detalle y hay que centrarse en darse cuenta del amplio abanico de colores y tonalidades, de cómo incide la luz en sus pliegues, en su textura rugosa. En lo irregular de sus formas a nuestros ojos. Se trata de captar todo lo que se pueda ver. Luego, hay que cerrar los ojos y tocar la uva pasa, pero con mimo.
Después, con los ojos cerrados todavía, nos ponemos la pasa en la boca. No la mordemos, sino que la acariciamos con los dientes y la notamos contra la lengua, tratando de llenarnos toda la boca con esa mezcla, llegando a todos los rincones. Solamente entonces nos tragamos la pasa y notamos cómo baja por la garganta, cómo abandona la boca y se integra en nuestro interior. Una vez finalizado el ejercicio, esperaremos unos segundos para abrir los ojos y celebrar que hemos disfrutado de una pasa, tal vez por primera vez en la vida, en lugar de engullirla. La hemos sacado todas las posibilidades que tenía para ofrecernos. Eso es lo que ocurre con el presente, que si lo engullimos con las prisas y la falta de atención, no dejamos que nos dé todo lo que tiene para ofrecernos.
Pinte y coloree. Hay una gran importancia en recuperar actitudes y actividades infantiles en beneficio del desarrollo personal. Sin duda, este es uno de los casos más llamativos. Y es que, últimamente, se insiste mucho en los beneficios del clásico «pinta y colorea», que todos hemos practicado, en relación con el mindfulness. Se trata simplemente de tomar unas plantillas en blanco y negro, sacar los lápices de colores y ponerse a pintar. Con atención. Abstraídos. Concentrados. De la misma manera que cuando éramos niños.
Probarlo no cuesta nada, ya que en Internet podemos encontrar infinidad de plantillas de todo tipo. Esta actividad, tan simple, reducirá nuestro ruido interior, nos permitirá entrenar el arte de poner el foco en una sola actividad y conectaremos con nuestra parte creativa.
Respiración. Al igual que los deportistas aprenden que deben respirar correctamente para tener un mejor rendimiento, nosotros también tendremos que practicar la respiración en nuestro gimnasio de atención plena. A pesar de que existen muchas clases de respiración, se puede empezar con la más sencilla, que es la respiración cuadrada. Básicamente se trata de acompasar la respiración, darnos cuenta de que se está respirando y apartar todo pensamiento que quiera inmiscuirse en este ejercicio.
